
A menudo, en sueños, Antonio se desdoblaba en dos o en tres y hasta inclusive cuatro personalidades distintas. En este mismo instante, por ejemplo, se encuentra en el comedor de una gran casona colonial, tomando mate en compañia de su madre. A medianoche...
Conflictos edípicos irresueltos relativos a una fuerte influencia castradora acusan tamaño desfasaje temporal. Al mismo tiempo Antonio esta presente en las dependencias de servicio, dos plantas mas arriba, fregando platos en el agua del water, un más que claro mecanismo reflejo culposo de su adicción al sexo en los baños públicos. En ese preciso momento tambien esta bajando la escalera, munido de sendas maletas, exultante tras haber tomado la crucial decisión de abandonar a su mujer, una jiennense de cincuenta años con problemas mentales y de motricidad que aceptó casarse con Antonio para que éste pudiese obtener la ciudadanía española; tanta es su felicidad que no repara en la sustancia verdinegra y viscosa diseminada a lo largo de la baranda y los escalones inferiores, y que casi lo hace trastabillar. Al llegar al vestíbulo en penumbras, un chasquido seco, una especie de clac clac absurdo lo sobresalta. Una extraña silueta recortándose sobre el marco de la puerta de calle. Enciende la luz del pasillo para ver mejor al intruso. No da crédito a sus ojos. Una criatura crustácea de 1.50 de alto por 2.20 de ancho (contando las pinzas extendidas). Su caparazón esta recubierto de gruesos pelos rojizos. Antonio intenta gritar, pero de su boca solo salen unos apagados sonidos guturales. La criatura, que es de sexo femenino indudablemente, extiende una de sus pinzas hacia su entrepierna y de un limpísimo corte cercena su pene. Ahora si, Antonio grita exhalando el aire con toda la fuerza de sus pulmones. Cuando se despierta en su cama, su mujer todavía sigue allí, con los ojos desorbitados y una enorme tijera de podar entre las manos.
Conflictos edípicos irresueltos relativos a una fuerte influencia castradora acusan tamaño desfasaje temporal. Al mismo tiempo Antonio esta presente en las dependencias de servicio, dos plantas mas arriba, fregando platos en el agua del water, un más que claro mecanismo reflejo culposo de su adicción al sexo en los baños públicos. En ese preciso momento tambien esta bajando la escalera, munido de sendas maletas, exultante tras haber tomado la crucial decisión de abandonar a su mujer, una jiennense de cincuenta años con problemas mentales y de motricidad que aceptó casarse con Antonio para que éste pudiese obtener la ciudadanía española; tanta es su felicidad que no repara en la sustancia verdinegra y viscosa diseminada a lo largo de la baranda y los escalones inferiores, y que casi lo hace trastabillar. Al llegar al vestíbulo en penumbras, un chasquido seco, una especie de clac clac absurdo lo sobresalta. Una extraña silueta recortándose sobre el marco de la puerta de calle. Enciende la luz del pasillo para ver mejor al intruso. No da crédito a sus ojos. Una criatura crustácea de 1.50 de alto por 2.20 de ancho (contando las pinzas extendidas). Su caparazón esta recubierto de gruesos pelos rojizos. Antonio intenta gritar, pero de su boca solo salen unos apagados sonidos guturales. La criatura, que es de sexo femenino indudablemente, extiende una de sus pinzas hacia su entrepierna y de un limpísimo corte cercena su pene. Ahora si, Antonio grita exhalando el aire con toda la fuerza de sus pulmones. Cuando se despierta en su cama, su mujer todavía sigue allí, con los ojos desorbitados y una enorme tijera de podar entre las manos.
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