...................................la deconstrucción de maman
–Pobre. Sé que Beñat decidió ocultártelo durante un tiempo. Muchos creímos que, dadas las circunstancias, era lo mejor para ti –la emoción no le impedía frotarse con fruición la entrepierna mientras su mirada se perdía (o hacía como que se perdía) entre las redes metálicas que cubrían, desde fuera, el ventanal. La puesta de sol difuminaba la pared de baldosas amarillas y daba a Víctor un aspecto aún más cetrino del que aparentaba tan sólo media hora atrás. Vi un lamparón brillar entre sus dedos. Al pobre le temblaban los labios–: Gandini se ocupó de los gastos del funeral, así que, dentro de lo que cabe, no se portó tan mal. Rosario era una bomba de relojería a causa del calor y las infecciones. Si Rosario hubiera sido una mujer, y no una ciudad, habría sido Raquel Neira.
–¿Y los derechos de autor? Los contratos, los royalties, las liquidaciones anuales…
–La mayoría de sus amigos habían muerto o se habían exiliado. Acá los editores dejaron de pagar. Ni una sola liquidación ese año. Yo recibía los cheques y hacía los ingresos. Un día los cheques dejaron de llegar. Ya nadie recordaba a Raquel Neira, su obra había sido estirpada de las bibliografías universitarias tras la Revolución. Los críticos que antes la habían ensalzado, ahora sencillamente la ignoraban.
–Dijo que Gandini costeó los gastos del entierro. Hábleme de él.
–Gandini vigilaba sus cuentas en España. Argentina se había convertido en un infierno. Confiábamos en que todo lo que había publicado bajo pseudónimo siguiera teniendo éxito en Europa...
–¿Y los derechos de autor? Los contratos, los royalties, las liquidaciones anuales…
–La mayoría de sus amigos habían muerto o se habían exiliado. Acá los editores dejaron de pagar. Ni una sola liquidación ese año. Yo recibía los cheques y hacía los ingresos. Un día los cheques dejaron de llegar. Ya nadie recordaba a Raquel Neira, su obra había sido estirpada de las bibliografías universitarias tras la Revolución. Los críticos que antes la habían ensalzado, ahora sencillamente la ignoraban.
–Dijo que Gandini costeó los gastos del entierro. Hábleme de él.
–Gandini vigilaba sus cuentas en España. Argentina se había convertido en un infierno. Confiábamos en que todo lo que había publicado bajo pseudónimo siguiera teniendo éxito en Europa...
Así que Víctor sabía perfectamente que mi madre y Carmen Morán no eran sino la misma persona. Bajo pseudónimo, Raquel Neira se mostraba en su estado más salvaje: noveluchas sentimentales de corte lésbico en edición rústica y pusilánime cartoné que llegaron a venderse por entregas en los kioscos. De su editor en Madrid tampoco se supo nada, me dijo. Éste se había adelantado a los acontecimientos, a la ola de fagocitosis, fusiones y absorciones indiscriminadas que sufrió la industria cultural española en la década de los diez. En Rosario se habían empezado a repartir las primeras cartillas de racionamiento. Como era de esperar, el capital editorial fue transferido, y el inmueble –propiedad, no del director editorial, sino de su suegro, consultor senior de Shelley & Brothers– vendido a Kalmukian Airlines. Todo esto fue mucho después de la muerte de maman, aunque el preludio de la catástrofe ya se había ejecutado en Argentina durante los años anteriores, época que precedió a la hospitalización de Raquel y a la ascensión de sus colaboradores: aves de rapiña, ratas hambrientas posando junto a Uribe en el hall del palacio Longoria de Madrid.
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