détournement
–Es usted Víctor, ¿verdad?... Alberto Neira, una visita.
Un atisbo de estupor surca su boca. Es asqueroso. Decadente. Es imposible que me reconozca. Me mira fijamente como si quisiera justificar su decrepitud a través de mi desobediencia. No puede ocultar que está cansado. Debí venir por la mañana. ¿Puede ser que me haya reconocido? Víctor (más bien lo que queda de él) deja escapar una sonrisa verdeazulada y humeante.
–Disculpe –me mira de arriba abajo, sus ojos parecen lanzar un destello de conmoción, un pequeño simulacro de vida. Escupe. A decir verdad sus ojos no lanzan ningún tipo de destello, están nublados, ciegos, desposeídos de toda emoción–, no le conozco. ¿Me busca a mí?
–Vengo a ver a Víctor Bonate. Usted es Víctor Bonate.
–No, no, no, no hay ningún problema, pero ¿qué apellido ha mencionado usted? –se lleva la mano al estómago, como si le doliera.
–Me ha reconocido, ¿verdad? Cuando entré en la sala. Se me quedó mirando. ¿Sabe quién soy?
Vuelvo a presentarme. Automáticamente se pone a teclear frenéticamente en una máquina de escribir hecha de papel y cartón que hay sobre la mesa. Está fuera de sí. Decido seguirle la corriente.
–¿Carácter de la Misión?
–Secreta –respondo–. Es una Misión Especial.
–¿Y cuál es el propósito de su misión?
–De momento es un misterio. Alguien me dijo que tendría que informarme aquí.
–Un misterio desvelado sigue siendo un misterio –escupe–. El ojo clínico del profesional puede despojar el mensaje cifrado de su disfraz. Pero, ¿qué hay debajo del disfraz? ¡debajo del disfraz hay otro disfraz! De forma interminable. Inagotable –al pronunciar “inagotable” mira a su alrededor como si hubiese articulado una palabra prohibida. Continúa, tapándose los labios–: El profesional atravesará diferentes capas, diferentes niveles y estratos, cada vez más inaccesibles, más profundos. Sin límites ni fondo. Es algo más que un viaje peligroso: es un viaje interminable, ¿entiende? Sin fin –hace una señal con la mano para que me agache y acto seguido se mete debajo de la mesa. La enfermera, sin llegar a perturbarse, levanta la mirada de su revista y nos observa circunspecta desde el otro lado de la sala. Antes de darme cuenta ya estamos conversando a cuatro patas bajo el escritorio.
Me habla acerca de un niño taciturno y callado que correteaba por los jardines de la clínica los días de visita, con pantaloncitos cortos y el pelo cortado a tazón. Otro escupitajo gris perloso. Siempre tras las faldas de una nodriza de piel negra como el tizón. Cuánto has crecido, me dice. Te perdí la pista más o menos cuando tenías nueve años, desapareciste junto a Beñat, el banco devolvía los recibos, las misivas de tu padrastro dejaron de llegar. Se tapa la cara con un pañuelo limpio. Parece que vaya a echar las vísceras. Se incorpora.
–Es una misión difícil y complicada... –un estertor lo atraviesa de arriba abajo. Vomita sobre mis zapatos.
–Por supuesto...
–Más bien un poco... particular. Perdone, ¿cómo decía que se llamaba?
Un atisbo de estupor surca su boca. Es asqueroso. Decadente. Es imposible que me reconozca. Me mira fijamente como si quisiera justificar su decrepitud a través de mi desobediencia. No puede ocultar que está cansado. Debí venir por la mañana. ¿Puede ser que me haya reconocido? Víctor (más bien lo que queda de él) deja escapar una sonrisa verdeazulada y humeante.
–Disculpe –me mira de arriba abajo, sus ojos parecen lanzar un destello de conmoción, un pequeño simulacro de vida. Escupe. A decir verdad sus ojos no lanzan ningún tipo de destello, están nublados, ciegos, desposeídos de toda emoción–, no le conozco. ¿Me busca a mí?
–Vengo a ver a Víctor Bonate. Usted es Víctor Bonate.
–No, no, no, no hay ningún problema, pero ¿qué apellido ha mencionado usted? –se lleva la mano al estómago, como si le doliera.
–Me ha reconocido, ¿verdad? Cuando entré en la sala. Se me quedó mirando. ¿Sabe quién soy?
Vuelvo a presentarme. Automáticamente se pone a teclear frenéticamente en una máquina de escribir hecha de papel y cartón que hay sobre la mesa. Está fuera de sí. Decido seguirle la corriente.
–¿Carácter de la Misión?
–Secreta –respondo–. Es una Misión Especial.
–¿Y cuál es el propósito de su misión?
–De momento es un misterio. Alguien me dijo que tendría que informarme aquí.
–Un misterio desvelado sigue siendo un misterio –escupe–. El ojo clínico del profesional puede despojar el mensaje cifrado de su disfraz. Pero, ¿qué hay debajo del disfraz? ¡debajo del disfraz hay otro disfraz! De forma interminable. Inagotable –al pronunciar “inagotable” mira a su alrededor como si hubiese articulado una palabra prohibida. Continúa, tapándose los labios–: El profesional atravesará diferentes capas, diferentes niveles y estratos, cada vez más inaccesibles, más profundos. Sin límites ni fondo. Es algo más que un viaje peligroso: es un viaje interminable, ¿entiende? Sin fin –hace una señal con la mano para que me agache y acto seguido se mete debajo de la mesa. La enfermera, sin llegar a perturbarse, levanta la mirada de su revista y nos observa circunspecta desde el otro lado de la sala. Antes de darme cuenta ya estamos conversando a cuatro patas bajo el escritorio.
Me habla acerca de un niño taciturno y callado que correteaba por los jardines de la clínica los días de visita, con pantaloncitos cortos y el pelo cortado a tazón. Otro escupitajo gris perloso. Siempre tras las faldas de una nodriza de piel negra como el tizón. Cuánto has crecido, me dice. Te perdí la pista más o menos cuando tenías nueve años, desapareciste junto a Beñat, el banco devolvía los recibos, las misivas de tu padrastro dejaron de llegar. Se tapa la cara con un pañuelo limpio. Parece que vaya a echar las vísceras. Se incorpora.
–Es una misión difícil y complicada... –un estertor lo atraviesa de arriba abajo. Vomita sobre mis zapatos.
–Por supuesto...
–Más bien un poco... particular. Perdone, ¿cómo decía que se llamaba?
Labels: deconstrucción:de:maman, killer, tentativas
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