La noche anterior a disipar todas mis dudas no dormí. No pude cerrar los ojos ni pestañear. Ni siquiera sé si respiré. Aunque a decir verdad no sé si tengo ojos; si algo en mí puede pasar por respiración es el aire o el agua que llenan este vacío un día moldeado en mi interior por manos colmadas de imaginación. Pero volvamos a los hechos. De noche, cuando el sol se ocultaba yo me transformaba. Fueron muchas noches, a lo sumo un centenar. Al final desaparecí, no sé si me rompí, el relato de mi existencia termina abruptamente. Mi última noche como recipiente de dudas y esperanzas fue como todas las demás (una secuencia segmentada, un collar de cuentas lúcidas bajo las estrellas, una sucesión de ojos sin párpados: herméticas, sibilinas, así fueron mis noches).
Lo realmente interesante ocurría de día. La persistencia de la memoria aflora de madrugada, durante la noche. Las dudas morirían al alba para dejar espacio a las esperanzas. La esperanza es una entidad diurna, aterradora y voraz. La esperanza planea sobre la duda, la esperanza, al igual que las ratas y las cucarachas, sobrevive a un invierno nuclear. Los incendios forestales, las hambrunas, los crímenes del amor, las enfermedades, las guerras, son el dulce alimento de la esperanza. Como todos sabemos la duda perece bajo los rayos diurnos, bajo el fuego de la razón, por aturdimiento o imprudencia, indiferente al método con que pretendamos reducirla a cenizas, pero... matando la duda dejamos el resto de nuestro espacio interior a un ser mucho más codicioso, vil y hambriento: la esperanza, que como ya saben lo corroe todo: el amor, la salud, la deuda externa, los inviernos nucleares, las cenas de aniversario, el fondo de las vasijas, ¡todo! ¡Tengan cuidado con ella!, la esperanza es lo último que se vence.
Me gustaría aclarar algo importante: en realidad soy un ánfora o en todo caso una jarra, no una caja, Tal deformación de mi imagen persiste desde el Renacimiento verbigracia de un napolitano que acabó sus días apaleado en un burdel de Mallorca, pobre, y tampoco fui moldeada por Hefesto. En lo que se refiere a Pandora, ya ven, una pena. Enjuiciada injustamente. Saboteada. Además, si lo piensan bien, ¡Pandora evitó un desastre! Les contaré una cosa. No fui hecha ni como castigo divino ni como prueba a los humanos. Fui un regalo. Un regalo colmado de las excelencias de la vida mundana: la vejez, que algunos no alcanzarán a ver, las enfermedades (empezando po la más grave de todas: el amor incondicional), la pereza (¿qué serían sin ella dioses y mortales por igual, sino esclavos encaramados al tripalum?), la locura, que es la madre de la razón; el vicio, la pasión, la tristeza, la pobreza, el crimen... no dudo que Zeus urdiera una estratagema y pusiera esta furia optimista en el fondo de mí para que, una vez destapada, salieran al mundo, en estampida, todas las virtudes, todos los dones del Olimpo, aterrorizados por el monstruo de la esperanza.
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