Mis recuerdos de ti aún se alzan incólumes, desde aquel primer día de jardín de infantes del Otoño de 1978, Salita Azul, cuando tu madre se alejó de ti y comenzaste a chillar como un marrano y te cagaste… tu método de subversión favorito por aquellos días. Me acuerdo de nuestras primeras conversaciones –o más bien tus primeros monólogos–, fascinado como estabas por los "Sábados de Super Acción", el Cieno Verde, y los Trífidos, esa obsesión por los organismos vegetales alienígenas, tu perpetuo mirar hacia arriba en busca de señales inequívocas de una invasión. Nuestro desprecio por los deportes bruscos y los no bruscos también, las gafas de montura gruesa que solíamos intercambiarnos, los espantosos caramelos Media Hora con que tu madre te llenaba los bolsillos, el libro de astronomía que no soltabas por nada del mundo, con sus páginas deshechas y pringadas, tus discos de Enrique y Ana que más tarde usamos como frisbee en el patio trasero de tu casa –tambien el de Vodevil Celestial–. Los juegos que nos inventábamos: "El ataque de los robots marxistas versus Las hijas de Schopenhauer" –aún no teníamos ni la más puta idea de lo que era el marxismo–. Muy de a poco nos fuimos dando cuenta de que el todo no era sólo la suma de sus partes. Algo más debía haber... Entonces llegó la adolescencia, y mi madre y tu madre: blacklisted! Los ataques preventivos contra filicidios imaginarios, el comienzo de las búsquedas etílicas, tu nueva e inusitada imposibilidad de callarte, el final sórdido y divino que imaginábamos para los dos, acribillados ante el portal de aquella iglesia, como en Children of the Damned. Luego fueron tus particulares "años de plomo", tu abogar por el fin de las mentiras, el hacer de cada cosa un juramento in extremis... Debería haber sido tu Boswell. Lo sabes y en este preciso momento una sonrisa sardónica te atraviesa la cara como una saeta, divina estampa de beatitud, el bello cadavre exquise que siempre quisiste ser, el rebelde con demasiadas causas. Pronto te diste cuenta de que tú mismo te habías convertido en una especie de trífido, una criatura demasiado refulgente que desencadena el espanto y la ceguera a su paso. Ardía en tí una necesidad más grande que la vida misma de llevar lo simbólico a la acción, abandonado a un mundo contra reloj, tú, hermoso y eterno niño prófugo... Chocamos. Fue mi necesidad de encriptar contra tu imperativo categórico de exorcisar. ¡Exorcisar! Una lucha entre susurros y alaridos, como la misma Buenos Aires, un escenario debatiéndose entre el patio y el zaguán y los nuevos gigantes de cristal y acero. Fue tu asco ante cualquier tipo de hipocresía, mi hipocresía. That' s it, The End of the Affair.
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