"Asilos Magdalena"

Por la tarde una enfermera le acercó una caja envuelta en papel glacé arrugado que un desconocido había dejado para él. Sin mucho entusiasmo arrastró la silla de ruedas hasta la ventana y dispuso encima de la mesa los paquetitos cuidadosamente envueltos en papel manteca. Uno a uno los fue abriendo al azar. Eran fotografías. Una serie de acontecimientos familiares se fue desplegando ante sus ojos cansados; un casamiento, dos bautismos, una señora gorda, llorando en un velatorio, un caniche desenfocado, las instantáneas torpes de un viaje en un citröen sin guardabarros hacia la zona de los glaciares, un chico mirando fijo a la cámara medio sumergido en el agua, con los hombros contorsionados por el frío... En su cara una sonrisa torcida sugería desnudez por debajo de las ondas cristalinas, la quietud granulosa flotando en la superficie, una tarde de verano opaca que vira hacia la noche... A la hora de la cena se lo llevaron al comedor. Todo estaba ya servido. Eran apenas las siete de la tarde. Tomó su sopa en silencio. Una señora a su lado rezaba el Ave María. Cuando volvió a su habitación la caja ya no estaba. Permaneció allí un buen rato, con los ojos cerrados en la oscuridad, aguardando al muchacho de los servicios sociales que venía a acostarlo todas las noches. Conservaba aún algunos figmentos de esa sonrisa tras las celosías de los parpados, el misterio de su identidad adherido a su piel cetrina como la sal, la incógnita sobre su paradero acercándole la noche...
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