"Les amants perdus"

Última tarde del verano. Miles de reflejos dorados enceguecen el mar. Dos siluetas rocosas se alejan de la playa a merced de la olas, enfrentadas la una con la otra, con los brazos extendidos y las piernas musculosas agitándose como aletas bajo la superficie. La marea sube y baja, dibujando una doble línea de costa. En la primera las pequeñas casas caleadas se agolpan en las laderas. La segunda dibuja una hilera de montañas que se agigantan sobre sus sombras alargadas. Dos mujeres aguardan tumbadas en la orilla despreocupadamente. Un niño pequeño persigue a un perro lanudo cubierto de espuma. Los hombres se miran en silencio. Sus brazos se mecen suavemente sobre las aguas, allí donde la mirada atraviesa el punto del no retorno, la inflexión que conjura de la nada una vez más aquello que nunca se ha consumado, los "lunares" del tiempo; las enigmáticas carcajadas de humo de la adolescencia, todas las maldiciones imprecadas por el alcohol, los puñetazos certeros y los esquivos, el estrechar sudoroso de las manos toscas bajo el influjo implícito de las profundidades.
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