"Ce étranger"

Llegó a las 10 de la mañana, el cielo estaba cubierto. Se calzó los guantes de latex. Sus manos estaban frías, como cualquier mañana. Sobre la mesita de luz había un tupper cargado de Nolotiles y Myolastanes y Valiums. Mientras le medía la presión, él le preguntó como había hecho para acostumbrarse a las navidades calurosas y a las vacaciones de julio con el frío espantoso y sempiterno de los Andes. Rió. El Myolastan se deshizo en su paladar. Los jardines de la Avenida de la Constitución bullían de niños y bicicletas, varias plantas más abajo. Observaron la escena en silencio, a través de los cristales. Desde el televisor llegaron los gritos de una confrontación. "Solo los muertos pueden atravesar esa puerta".(Goku, ante la entrada de una gruta oscura y gigantesca). Intentó incorporarse en el sillón sin ayuda. La tensión de su cuerpo desnudo y enjuto corrió a través de sus venas desde la oscuridad de la pared hasta la luz otoñal en los cristales, un chiaroscuro herido entre la carne y el polvo flotando en el aire, un destello de santidad áurea, frágil, pura y miserable. Desplegó para él en la mesa giratoria los platos de comida cuidadosamente envuelta en papel de aluminio, entremeses, aceitunas, jamón levemente pasado, media chirimoya. Luego le alargó un vaso de vino hasta su mano crispada por la artritis. Al rozar sus dedos callosos se vió a si mismo como una especie de Fred Astaire enajenado, bailando en pasillos desconchados y angostos.
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