La tête

Ellas estuvieron ahi, casi pude tocarlas. Las guirnaldas colgaban del techo, una piñata enorme giraba pesadamente al ritmo del blues. Decenas de pequeños haces de luz me mostraron los detalles ínfimos; unos labios brillando en una cara mortecina, un par de medias de red rasgadas, el abrigo de piel raído por el tiempo, la sustancia que flota en el fulgor arenoso y fragmentario del aire, la condensación de mi cliché lyncheano en mea culpa susurrante y ceremonial. Una concatenación de escenas distantes, sin final y sin principios, los resortes de mi artilugio determinista. La repentina y gigantesca aguja de coser entre mis manos: un Mac Guffin parkinsoniano o idiota a secas. El deseo de unirme a ellas en su danza abandónica. Estuvieron ahí sin duda, bailando en el centro de la habitación. Su perfume de flores rancias, sus sonrisas incorpóreas... Me levanté del suelo y caminé hacia ellas sin esfuerzo, como dejándome llevar por la misma abulia de los miembros, memorizando cada uno de mis futuros pasos. Vamos hacia allí una vez más. La música ha dejado de escucharse. La piñata pendula, ahora en silencio, imposiblemente lenta. Carga algo muy pesado en su interior. Como si no supiera lo que es...Y miro la aguja, y parece como si ésta me devolviera la mirada, y alguien o algo suspira sobre mi nuca. Levanto el brazo en un movimiento que parece cincelado por el aire mismo que me rodea, la punta de la aguja acariciando la superficie de la piñata. Algo cae al suelo con un golpe seco pero a la vez quebradizo. Mirar me atemoriza, pero ni siquiera pestañeo. Abre los ojos.
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