el abejorro de la duquesa de guermantes
Nada es tan sencillo como parece. El abejorro que fecundó la orquídea de la duquesa de Guermantes dedicó millones de años a tal efecto.
El cocinero ha terminado su jornada laboral. Es hermoso, puedo verlo desde aquí, un adonis sudamericano apoyado en el cubo de la basura, fumando un cigarrillo circunspecto, un corazón moribundo y rojo, que respira en el intestino delgado del casco viejo, es la hora en que los ayudantes de cocina sacan los cubos de basura, los camareros revolotean como polillas hipnotizadas por los farolillos de las consolas, los cocineros fuman. Dentro del restaurante una pareja de enamorados se escruta absortamente. Un organismo bicelular sin cerebro. Ella lo mira. Él la mira. La mira ensimismado, como si en el rostro de ella se pudiera ver a si mismo reflejado y viceversa: ella lo mira idiotizada y al punto están los dos de ahogarse en la confusión especular. La imagen se desarrolla estáticamente, todo lo que les rodea desaparece, se difuminan como un óleo sumergido en aceite.
A veces me dan ganas de echar belaiki y dragonera en el carpaccio, no es envidia, simplemente es que a partir de cierto nivel estético el amor puede resultar negativo para la especie, algo así como un triángulo de las Bermudas en mitad de nuestro mapa citogenético. Millones de años de refinamiento y diseño inteligente para esto.
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