A la bouche du loup
El ascensor está a oscuras; su interior se adivina angosto y quizá posea cierta forma rectangular, pero no podría asegurarlo. El reflejo tenue de un cristal cobrizo de lotos labrados, al fondo, recorta la silueta de una persona. Automáticamente inclino la cabeza a modo de saludo, aunque es muy probable que no pueda verme en absoluto. Yo lo único que alcanzo a distinguir de la misma es su estatura, y una media melena de cabellos ralos, castigados por una edad avanzada, o quizá por la acción de los elementos. El silencio es total. Más tarde, en un futuro hipotético, podría haberme cuestionado acerca de mi falta de curiosidad, o sobre esta necesidad imperiosa e injustificada de subirme a éste ascensor a oscuras y no a otro... Un momento breve condensa toda una vida salpicada de imprudencias. No acaba de cerrarse la puerta automática y unas manos marmóreas de delgadísimos dedos se abalanzan sobre mi cuello, en un movimiento seco, terroso, que venía intuyendo desde siempre, en cada callejón sin salida, cada vez que encendí la tele con los pies descalzos, en todas las siluetas insinuándose en la penumbra, al final del pasillo…
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